
Los barcos que partían hacia Cuba
a principios del siglo XX llevaban consigo mantas, telas y trapos. Exportaciones
típicas de la industria textil catalana de la época. Algunos de estos productos se confeccionaron en
Can Bagaria. Una antigua fábrica de tejidos de lana y algodón construida en
1925. Diseñada por Modest Feu i Estrada, la fábrica contribuyó, como ocurriría
en otras comarcas del cinturón de Barcelona, al desarrollo de la
industrialización del municipio.

El encargo es
rehabilitar la cubierta de la nave central. Se trata de una nave realizada con
el ingenio y la economía de medios típica de entonces.
Una nave modernista por la época y por las soluciones estructurales, pero con motivos
decorativos de un cierto historicismo.

La nave está formada por una retícula
de pilares de hierro fundido y tirantes que sostienen bóvedas tabicadas. El
agua pluvial baja por el interior de los pilares y en el centro de cada una de las
bóvedas se levanta un lucernario. Estos lucernarios permiten disponer una luz
homogénea en el interior provocando unas fachadas austeras, sin ventanas. Así
que la cubierta no solo tiene los requerimientos que le son habituales, como la
estanqueidad y la protección. Si no que también se disfraza de fachada y se
hace pasar por estructura. Nuestra mirada fragmentaria del presente nos impide ver con claridad dónde empieza y dónde acaba una cubierta como ésta.
Rehabilitar una cubierta aquí se
parece mucho a rehabilitar un edificio.






Se propuso una intervención que respondiera a tres objetivos. El primero sería proteger lo existente como un deber práctico. Sin caer en el fetiche de lo antiguo ni hacer un ejercicio de nostalgia reverencial. El segundo sería mirar hacia al futuro mejorando el comportamiento térmico del edificio con un aislante de origen orgánico. Sin comprometer los elementos simbólicos del edificio, disponiéndolo de forma oculta. Evitando así el habitual conflicto entre la rehabilitación patrimonial y los requerimientos de la normativa. Por último, visibilizar las estrategias que el estudio del edificio nos ha revelado. Por ejemplo, las cruces patadas que renuevan el aire interior de forma constante; o los tapones de corcho que permitían a los usuarios acondicionar el interior según la época del año; o los motivos ornamentales de remate de fachada que protegen los sumideros. Estrategias que no participaban de la memoria de los proyectos porque se consideraban de sentido común.











En ocasiones, las cubiertas se tiñen con el color
negro de las placas fotovoltaicas y entonces desaparecen tras las instalaciones. ¿Cuál es el color de una cubierta? ¿Ese negro tecnológico? ¿El
azul del aljibe? ¿El blanco reflectante? ¿El verde ajardinado? Uno de los
rasgos característicos del movimiento moderno en arquitectura fue cuestionar la
localidad de la cubierta negando la tradición. El edificio moderno es de
cubierta plana. El debate se tradujo entonces en una cuestión formal. La
cubierta contemporánea es hoy, en cambio, una cuestión cromática.








Can Bagaria, catalogada como BCIL, representa una muestra del
patrimonio industrial de la ciudad. Pero cuando algo se cataloga, ¿qué es lo que se protege?
Normalmente se han protegido las piedras. Los elementos. Lo material. Pero a partir de la década de 1990 aparece un cierto interés por el patrimonio
inmaterial. Éste no aparece en los listados de protección de los edificios. No obstante, la arquitectura deja entrever el rastro de un comportamiento y un saber específico vinculado con lo local. De singularidades que nos hablan de cómo un pueblo habita un territorio y un clima. Rastros que nos hablan tanto como lo hacen las piedras.



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